martes, 28 de noviembre de 2017

Fábula

Los conejos no piensan en la muerte. Se mantienen suaves y perdidos, siempre en los placeres navideños de la vida: en el pasto y la piel de otro conejo. No asocian la escopeta a la muerte, la jaula al encierro y se arreglan los bigotes a la vista de quien esté de paso. Ven el mundo con una máscara que se desvanece a veces, cuando tienen miedo, cuando saltan en el pasto y huelen al depredador que los asecha desde la altura inalcanzable de la decodificación biológica. A veces la muerte viene lenta, como una caricia en el pelaje, una jeringa silenciosa mientras se almuerza fruta por primera vez. Una caricia que empieza a quemar de pronto, hasta quemar los huesos bajo el tacto malintencionado.
A veces piensan en miles de ellos empujando las canastas metálicas hasta romperlas, pero se les olvida cuando llegan las semillas a las seis.