Guerrera

Es extremadamente difícil ingresar a la élite guerrera, solo las sirenas unicornio tenían su lugar asegurado. Sin embargo, eso no impedía que las sirenas, desde pequeñas, anhelaran la idea de pertenecer a ese selecto y admirado grupo.

Guerrera se puso. Su nombre de nacimiento había sido otro, pero cuando una sirena unicornio la salvó de los colmillos de un tiburón, decidió que sería una guerrera y se cambió el nombre. 

Su madrina no dijo nada, todo lo contrario: la apoyó como si hubiera sabido el destino de su ahijada desde el momento primero en que la tuvo en sus brazos. 

Era una sirena corriente, y ya estaba en una edad demasiado avanzada para entrenar al nivel de quienes pasan la vida entera tratando de lograr un cupo entre las guerreras, pero eso no la detuvo. Se enfrentó una y otra vez a los tiburones, con respeto, completamente convencida de que había sido la Luna quien le otorgó una visión de su futuro por medio de ellos. De no ser por los tiburones, ella nunca habría descubierto el fuego de su deseo. 

Adquirió amplia fama entre las sirenas, su amistad y complicidad con los tiburones era una de las cosas más inusuales, incluso en el mar. 

El nombre que le otorgó su madrina y el que se puso después, tratando de fijar sus ambiciones, quedaron en el olvido. Esto porque, con el tiempo, empezaron a referirse a ella como La Tiburón. La llamaban cuando tenían problemas con ellos, incluso las sirenas que se dedicaban a la investigación y estudio del mar le pedían su opinión de vez en cuando. 

Sirenas de todas las edades iban a ver su entrenamiento, porque era como presenciar un baile, le decían. 

Cuando postuló a la academia de guerreras y fue rechazada, no le importó, porque ya había encontrado su lugar. 

Por cada luna, La Tiburón montaba un show con quienes se habían transformado en su familia y amigos. Fue tan exitoso, que incluso en las ocasiones más importantes y formales le pedían que se presentara. 

Así llega el destino a veces, en el mar.