miércoles, 19 de diciembre de 2018

Tiburón

La Tiburón tuvo deseos de volver a ser una guerra ese día. Cuando llegó al nido que, ya por entonces, compartía con los tiburones y los encontró a todos muertos. Lo bueno es que, realmente, no necesitaba ningún tipo de formación: ella era fuerte y mataría a quién había cometido tal atrocidad. Así de simple. 
Enterró a cada uno de sus compañeros como si se tratara de un hermano amado y se hizo collares con sus molares para recordarlos y darles honra. Hacía poco había sido la temporada de apareamiento y, por suerte, la atacante había dejado los huevos intactos. Antes de comenzar su venganza, debía cuidar y esperar el nacimiento de quienes serían sus nuevos camaradas. 
Suspendió sus entrenamientos y se declaró en luto, no quiso ver a nadie, porque el acontecimiento le había cortado la confianza de raíz: todas eran culpables hasta que se demostrara lo contrario. 
Se encerró en su nido y cuidó de los huevos como si fueran de ella, manteniéndolos cálidos, aunque eso significara quedarse sin comer por darle prioridad a esos pequeños que estaban por nacer. Solo su madrina estaba autorizada para acercarse, y era ella quien se aseguraba de que no muriera de hambre. También lamentaba la muerte de aquellos que ya consideraba sus hijos.
Los tiburones nacieron sanos y fuertes. Cada tiburón suele poner cien huevos, así que ahora tenía más que una manada, un ejército bajo su cuidado. También, se suponía que, en su rol como madre y siguiendo el dictamen de la naturaleza, debía abandonarlos para que aprendieran a valerse por sí mismos, pero se saltó esa parte del contrato marino.  Crecieron apegados a ella, fuertes a más no poder. Habría sido fácil conquistar un mar, y mucho más fácil hallar a la asesina de sus primeros compañeros: hacerla pagar hasta la más última gota. 
Sin embargo, las corrientes del mar se llevaron sus deseos de venganza con el tiempo. 
Mucho tiempo después, una sirena le rogó que la matara. La Tiburón se mostró confundida ante su petición y a la historia que le contó: que ella había matado a los tiburones, porque pensó que se habían comido a su madrina. Una investigación tardía había demostrado que, en realidad, los tiburones se habían lanzado contra un humano que había atacado a la sirena con un arpón. De ahí la sangre en sus colmillos, la arena del forcejeo cubrió el arma homicida como una broma cruel. 
La Tiburón no mató a la sirena, pero la rebautizó como Tigre y le ordenó que la ayudara con la crianza de los tiburones, que ahora superaban con creces el número de los anteriores. Tigre aceptó sin dudarlo, puesto que se hallaba sola sin su madrina y sentía la necesidad de hacer algo por los tiburones. 
Cuando le preguntó a La Tiburón por qué le había puesto ese nombre, ella le contestó que era su especie favorita de tiburones.

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