jueves, 27 de diciembre de 2018

Artística

Pola no era comprendida por las demás sirenas. Calificaban sus extensos tejidos de algas de colores como mantas de mal gusto, porque allí, en ese revoltijo de mil tonos y reflejos, no veían la influencia de la Luna y la armonía que esta debía inspirar en todas las cosas. Sin embargo, ella sentía que era muy triste que vieran a la Luna como algo estático, de un solo color.  Sobre todo cuando ella podía ver su transformación a diario, como una caracola saliendo de su concha para alcanzar su plenitud, como un cambio de escamas en plena corriente cálida. 

Era un mutuo descontento, entre ella y las sirenas que no parecían entender a la Luna.

Largos mantos con las fases lunares pigmentadas en ellos eran su orgullo. Tejidos de esas asquerosas bolsas plásticas que tiraban los humanos al mar, todo lo escondía en su cueva, donde nadie podía ir a reclamarle la falta de nada, del todo. 

Un día, tuvo un sueño profético que atribuyó a la luna misma en persona: que vendría una corriente distinta a todas las que estaban acostumbradas, tan helada, que las dejarían con una enfermedad que duraría muchos paseos lunares. Varias morirían.  

Supo que era una visión del futuro por el morboso detalle de las llagas y los llantos lastimeros que lanzaban sus compañeras, lo sintió en todo su espinazo. Se enfrentó a una gran disyuntiva: hacer o no algo al respecto. Fríamente hablando, no tenía por qué encargarse de los pesares de quienes no habían hecho otra cosa que reírse de ella y sus creaciones. Podría, muy bien, dejarse el conocimiento adquirido solo para ella y seguir con su vida como si nada pasara. 

Pero Pola había nacido lejos de las estrellas del rencor, lejos de la constelación del león y el escorpión. Miró con pesar sus obras y las cortó, las cortó y las volvió a cocer hasta tener cientos de chamantos para sus compañeras. Estuvo días enteros con la cabeza gacha tratando de hacer para todas, para protegerlas de la corriente que venía en camino a calarles los huesos como una mala noticia. 

Cuando la corriente malhablada vino a pasearse entre las sirenas, cuando empezaron a tiritar en la confusión de lo desconocido, bajó la Pola con sus chamantos de algas. Eran de todos colores, con fases lunares entrecortadas y constelaciones varias, con estrellas que cruzaban cielos de algas ennubecidos, turbios de agua dulce a punto de derramarse en alta mar. 

Las sirenas la observaron incrédulas, y en el mismo estado de mutis recibieron el abrigo que ella les ofreció con un gracias bajito, digno de las anémonas.

Nadie murió. 

La corriente fría se marchó después de un tiempo, porque todo se lo lleva la mar, incluso los malos ratos. Con pesar las sirenas se sacaron sus abrigos constelados y se lo devolvieron a la Pola con unas palabras de perdón y respeto entre los labios, ella les dijo a todas que conservaran las mantas. 

No se rieron más del arte de la Pola, muchas llevaron a sus ahijadas para que aprendieran el teñido y el tejido de las algas, sobre el lugar de las constelaciones. 

Y la Pola hizo el manto más grande, para darle las gracias a la Luna por el sueño y por otorgarle la reconciliación con sus hermanas.

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