martes, 1 de enero de 2019

Champiñones

La sin nombre ahora se sabe la palabra que titula la existencia de esa humana cachorra. Rocío. Qué hermoso nombre.

“¿Y por qué no te pones así también entonces?”

“Es que es lindo porque es tuyo no más”

Una risa roja de la humana. Bien bonita, mientras la acompaña toda su piel, como una flor bajo el agua. Se han hecho amigas, así la llamó Rocío el ciclo lunar pasado.  Tras su arriesgada exposición, totalmente justificada con su deseo de cesar el llanto de esa cachorra, Rocío le contó como siempre se sintió acompañada en ese lugar. Sobre cómo, incluso cuando se mudó de la casa de sus padres, siguió viniendo por su cuenta porque sentía el río como su mejor amigo. Ahora sabía por qué.

Promesas y amenazas no fueron necesarias. La sin nombre supo que Rocío, a quien había observado desde que estaba en el vientre de su madre, no iba a decir nada respecto a su existencia escondida en el río.

Esperaba ansiosa el momento del ciclo lunar en el que se verían, momentos que solían alargarse según el clima y el trabajo de Rocío, según las conversaciones que no podían quedar inconclusas o pendientes hasta la próxima ocasión.

La humana estaba empeñada en enseñarle cosas sobre la tierra en donde vivía, sobre todo comida. Esta la traía en termos metálicos, aprendió la sin nombre, que conservaban el calor de los alimentos por horas y horas. Las cosas cálidas en general resultaban muy novedosas para la sirena, aunque las sensaciones cálidas no eran extrañas desde que podía revelarse cuando venía Rocío a verla.

A las charlas sobre comida, le seguían tardes enteras hablando sobre los lugares y las plantas que habían permitido que ese manjar llegara a sus bocas. Historias enteras sobre grupos de humanos que cultivaban la tierra y criaban animales, la sin nombre había comenzado a admirar más a esos cachorros lampiños gracias a Rocío.

“Y eso, ¿cómo se llama?”

“Champiñones”

“Me agrada su sabor, ¿y si escojo esa palabra como mi nombre?”

Otra risa de la humana, se sacude entera hasta dejarse caer en el pasto todavía brillante de llovizna, no parece importarle. Es tan descuidada, los humanos se pueden resfriar, piensa la sirena, abre la boca para retarla y advertirle, porque siente que alguien tiene que hacerlo, resguardarla de la fragilidad de su existencia. Pero entonces Rocío la mira radiante y la desarma entera:

“Creo que mereces un nombre más lindo”

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