viernes, 5 de octubre de 2018

Pink Lady

Nadie entendía cómo, pero Pink Lady sabía todo sobre los humanos, eternos recién nacidos sobre la tierra. Tampoco nadie quería cuestionarla al respecto, en general, nadie tenía mucho interés sobre ese mundo de agua dulce embotellada.  De hecho, la migración de sirenas de agua dulce aumentaba con los años, porque esas guaguas sin escamas eran más peligrosas de lo que aparentaban.  Si bien no tenían garras, se servían de otros instrumentos, creados por sus mentes ociosas, para alcanzar aquello que la madre Luna con tanto esfuerzo había puesto lejos de su alcance. 
Pink Lady era una sirena de agua dulce, el consejo zodiacal la había trasladado a la fuerza desde un río hasta el mar. Dijeron que el contacto con una humana la había desquiciado completamente, hasta el punto de elegir un nombre en un idioma extraño. 
Las zodiaco la habían puesto en terapia inmediata, con las mejores especialistas en el tema, trataron por todos los métodos posibles de que les dijera la razón de sus delirios; pero ella solo repetía que se llamaba Pink Lady, como la manzana que comían los humanos cuando empezaba el otoño.
Otoño y manzana eran palabras totalmente desconocidas para las sirenas de mar, que no le prestaban atención al mundo del Sol. Pink Lady, en cambio, estaba obsesionada. Temían, y constantemente lo hablaban en consejo, de que si se le levantaba la vigilancia (Lucero estaba encargada de acompañarla en todo momento), Pink Lady volvería al río, a encontrarse con esa humana que le había enseñado cosas que una sirena no tenía necesidad de entender para vivir honradamente. 
Pero, independiente de los planes de las sirenas de mar para ella, Pink Lady estaba decidida a volver al río del cual venía. Después de todo, allí se había criado y conocido a la humana de la que se había enamorado: la que, probablemente, todavía la esperaba al atardecer, para conversar sobre cómo era el orden de las cosas, allá en el mar.