jueves, 22 de noviembre de 2018

Pulpo

Las sirenas pulpo son las estrictas encargadas de vigilar la superficie. Son parte de la división de reconocimiento de las guerreras, esto debido a su capacidad para camuflarse. 
Cochayuyo es una sirena pulpo, le gustaban todas las cosas que tenían que ver con los humanos, no esos eternos recién nacidos, sino las invenciones de sus mentes ociosas. La primera vez que se encontró un reloj en la arena, se lo llevó a escondidas al fondo marino. Había dejado de funcionar en un instante, desgraciadamente. 
Debieron sospechar, sin embargo, su interés silencioso. Había optado por tener cuidado a la hora de demostrar la excitación que le provocaban los artefactos del mundo del Sol, pero el consejo zodiacal era poderoso: tenían una intuición impecable e informadoras sin mala intención. De un paseo de la Luna a otro, la sacaron de su puesto inicial y la pusieron a cargo de la vigilancia de Pink Lady, una sirena descarriada con una afición a los humanos. Cochayuyo, que era lista, intuía que era una advertencia: así terminarás si continúas así, los humanos son malos. Pero ella sabía eso. No tenía, realmente, ningún interés en ellos, solo le importaban esos artefactos que a veces encontraba en la arena. No tenía poseía fijaciones románticas como Pink Lady, porque sí, todas querían negar su situación, pero Cochayuyo veía los síntomas del amor en las conversaciones afiebradas de la sirena de agua dulce. 
Los planes del consejo zodiacal dieron un resultado inesperado, eso sí: Cochayuyo se encariñó con Pink Lady. Esa sirena de ojos desorbitados y enormes, como si hubiera visto la muerte y no se pudiera recuperar. Empezó siendo una molestia, pero poco a poco comenzó a soñar con ella. Noches gentiles primero y tormentas tibias después.
Tal vez fue por eso que, cuando en uno de sus paseos, Pink Lady se quedó mirando al horizonte; allá donde las aguas se calmaban y se transformaban en río, Cochayuyo le soltó la mano. 
Pink Lady dudó un momento y Cochayuyo deseó que esa sombra de inseguridad durara una eternidad o, por lo menos, lo suficiente para grabarse esa mirada junto al resto de sus tatuajes. Al final, le susurró un agradecimiento y nadó tan rápido como le permitía su cola hacia el río que la reuniría con esa humana de la que tanto hablaba. 
Les dijo a todas que Pink Lady había escapado con la fuerza de quién está completamente bajo el efecto de la locura, se quebró un brazo para que fuera creíble. No dolió tanto como el vacío que quedó en su corazón.

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