viernes, 30 de noviembre de 2018

Tormenta

Una tormenta en el mar no es lo mismo que allá en la superficie. En las profundidades marinas se siente a penas una leve turbulencia, una corriente más helada mientras, los barcos se vuelcan en alta mar sin posibilidad alguna. Al contrario de lo que dicen las leyendas humanas, ninguna sirena ayuda a los humanos que se ahogan. 
Los ahogados son como algas marinas, decoraciones que a veces llenan el estómago, útiles si aprovechas toda su carne. Hace tiempo atrás se hizo un pacto, según el cual las sirenas ya no cazarían tontos humanos con sus cantos seductores, pero nadie dijo nada sobre los perdidos en el mar. Las sirenas veían con dicha cómo caían de sus tronos de madera pulida, peleando contra la espuma y el oleaje, se lamían los labios mientras los ojos de los desafortunados se dilataban al reconocerlas, al intuir la más dulce de las muertes. 
Una vez que los cuerpos dejaban de moverse se abalanzaban contra el náufrago, todavía consciente  (de lo contrario, se arruinaba el sabor), pero completamente resignado a la marca de la muerte en su boca amoratonada, en sus pulmones repletos de agua salada. 
Las sirenas siempre empezaban arrancando la boca de sus víctimas, la carne más tierna de esos eternos recién nacidos. Cualquiera pensaría que se trata de un apasionado beso de bienvenida entre dos amantes, pero en realidad es el fotograma de un depredador arrancándole la vida a su presa; bebiendo hasta la  última gota de sus vidas, cada rayo de sol que llenó sus pieles tiernas y resecas. 
Comer carne humana garantizaba escamas brillantes y un par de años más de vida, las más fanáticas viven por las zonas que suelen transitar los barcos, siempre listas. Los huesos de sus festines eran después usados en ornamentos. 
Muchas calificaban a estas sirenas como primitivas y salvajes, las rehuían, sobre todo a aquellas que solían hacerse máscaras con las calaveras humanas.  Prejuicios nada más, al final, todas las sirenas compraban la carne humana ya fileteada cuando se presentaba la ocasión. 
Siempre ofrecían un poco de sangre a favor de la Luna y los naufragios que ella les regalaba.
Cosas así también pasan en el mar. 

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