lunes, 7 de enero de 2019

Café

En sus aventuras culinarias, Rocío llevó “café”. Le dijo que era el brebaje de los dioses y que debía probarlo, le habló sobre cómo la mantenía despierta y alerta en los días más pesados y de lo glorioso que era cuando lo hacía con “granos”. La sin nombre se había hecho grandes expectativas, por eso, cuando tomó el brebaje y lo tuvo que escupir por su mal sabor, se sintió fuertemente traicionada. 

“Es lo más asqueroso que he probado en mi vida” 

Se quejó mientras escupía y ponía caras dignas de las más terribles profundidades marinas. Rocío se burló a carcajadas de su miseria y la sin nombre se prometió nunca más confiar en los dioses humanos, ¿qué podían saber, en todo caso, seres que flotan allá arriba sin conocer nada del mar?

Y se hubiera seguido quejando, de no ser porque en medio de su pelea contra el sabor amargo que insistía en colgarse de su lengua, Rocío se inclinó y juntó su boca con la suya. Un beso, eso lo sabía bien. Fue un beso apresurado, pero la dejó sin aliento, con un sabor dulce y levemente ácido revoloteándole en la boca. 

“Me acabo de comer una pink lady” Dijo Rocío como si nada, tratando de distraerla “Es una manzana” Le mostró el cadáver de la fruta como evidencia. 

“Pink Lady”

“¿Disculpa?”

Uno. Dos. Tres besos más.

“Pink Lady será mi nombre”

Como el sabor de sus besos.

Y así fue. 

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