sábado, 5 de enero de 2019

Zombie

Dicen que las sirenas no mueren, cuando se sienten demasiado cansadas, se separan del grupo y vagan por los mares. Sin ganas de comer, de hablar, de nada. 

Sus cuerpos seden antes que sus espíritus, se van marchitando como pasa con pocas cosas, en el mar. Se desintegran poco a poco hasta que ya no pueden contener sus almas, los músculos son chupados por los huesos en un intento desesperados de nutrirse de algo, de alguien; las escamas van palideciendo, haciéndose cenicientas como el cielo tormentoso, y sus cabellos se enblanquecen como conchitas al sol. Las cuencas de los ojos van vaciándose, las córneas siendo pellizcadas por peces que pasan y quieren ayudar a apurar el proceso de la despedida. 

Ha habido humanos que se han encontrado cara a cara con estas sirenas en el final de sus días, corren a sus tierras a decir lo que vieron y a ser llamados por locos. Otros, simplemente no vuelven. Una criatura que está tratando de dejar este mundo en paz siempre es agresiva, a la defensiva si interrumpen las meditaciones que solo le incumben a ella. 

Nadie jamás y nunca ha visto a una sirena morir, sí deambular, ciegas, mudas y sin dientes por los mares. Esperando que la Luna se las lleve, dicen que se van desintegrando, que se vuelven alimento para los microorganismos.

Dicen que las sirenas nunca mueren.

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